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The digital euro is not just digital money: risks to privacy, freedom and limits on state power

En los últimos meses, analistas, instituciones y plataformas de pago defienden el euro digital como paso imprescindible para la soberanía monetaria de Europa y también para la modernización de las transacciones económicas. Con promesas de gratuidad, privacidad y seguridad. Sin embargo, ese relato esconde riesgos para la privacidad, la libertad y los límites al poder del Estado.

El euro digital no es simplemente dinero digital. Es un cambio estructural en el modelo monetario: transforma la relación de los individuos con el Banco Central Europeo (BCE), plantea nuevas formas de supervisión gubernamental y amenaza a los bancos comerciales. Hay razones para que Europa no siga esta senda.

Quienes defienden el euro digital afirman que Europa no puede quedarse atrás frente a China, Brasil o India. Pero ignorar la experiencia de los países más democráticos es un error.

En Estados Unidos, el debate sobre el dólar digital generó tanta preocupación por la intromisión estatal en las finanzas privadas que el proyecto quedó congelado. El Congreso y varios Estados aprobaron iniciativas para impedir que el banco central pudiera emitirlo. El mensaje fue claro: los ciudadanos no quieren que la Reserva Federal vigile su dinero.

Estados Unidos ha mantenido el sistema actual, fomentando la competencia entre bancos privados. Suiza, famosa por su secreto bancario, ha rechazado crear un franco digital. Y en el Reino Unido, el Banco de Inglaterra sigue estudiando la libra digital, pero no se ha atrevido a lanzarla, ante la resistencia ciudadana.

Estas experiencias demuestran que economías avanzadas y digitalizadas prefieren preservar el papel del efectivo y los sistemas de pago privados. Evitando, así, una infraestructura que derivaría en un control excesivo del Estado.

Europa puede reforzar su estructura de pagos sin obligar a los ciudadanos a renunciar a su privacidad. Bastaría con promover sistemas de pago instantáneo europeos y un marco regulatorio que incentive la innovación privada, sin entregar al BCE el control directo de nuestras cuentas.

China como advertencia

Quienes apoyan el euro digital suelen citar a China como ejemplo de rapidez e innovación. Pero, para quienes valoramos la libertad, el yuan digital es más bien una advertencia. En China, el gobierno tiene acceso a todas las transacciones, con un poder sin precedentes para vigilar, premiar o castigar comportamientos económicos.

Aunque las autoridades europeas prometen que el euro digital respetará la privacidad, la idea de una moneda controlada por el BCE–que puede rastrear pagos y asociarlos a individuos– despierta rechazo.

De ahí que los defensores del euro digital insistan en que será voluntario, gratuito y respetuoso con la privacidad. Pero estas promesas no están blindadas.

  • Voluntariedad: nada impediría que, en el futuro, los gobiernos exijan el uso del euro digital, por ejemplo, para pagar los impuestos.

  • Gratuidad: la infraestructura de la nueva moneda tendrá costes que, tarde o temprano, pagarán los usuarios o los contribuyentes.

  • Privacidad: centralizar los pagos en una sola entidad, el BCE, crea un punto único vulnerable a ciberataques.

El BCE afirma que los pagos con euro digital ofrecerán la misma privacidad que los billetes. Pero esos pagos serán en línea y dejarán un rastro. En cambio, el dinero en efectivo es anónimo, accesible y no depende de redes digitales ni de la electricidad. Sigue estando libre de intermediarios y vigilancia.

Riesgos para los bancos y la estabilidad financiera

Un aspecto poco debatido es la posible fuga de depósitos de los bancos comerciales hacia el BCE. Si los ciudadanos pueden tener euros digitales seguros en el BCE, ¿por qué mantener su dinero en bancos que pueden quebrar y ofrecen intereses modestos?

Una migración masiva de depósitos hacia el BCE reduciría la capacidad de los bancos para conceder créditos, lo que debilitaría la inversión, el crecimiento y el empleo.

El euro no necesita un derivado digital para fortalecerse. Sino una unión bancaria europea y una política fiscal única para todos los países de la eurozona. Creer que un euro digital resolverá problemas estructurales es una ilusión que distrae de las reformas necesarias y alimenta divisiones políticas.

Un proyecto que los europeos debemos cuestionar

Los ejemplos de Estados Unidos, Suiza y Reino Unido demuestran que la prudencia es compatible con la innovación. Y el caso de China apunta a que una moneda digital puede ser una herramienta de control.

Europa debe aprender estas lecciones antes de apostar por el euro digital. La soberanía europea no se alcanzará sacrificando la libertad financiera de los ciudadanos, sino fortaleciendo las instituciones, el mercado de capitales y los derechos fundamentales. Como dijo Milton Friedman: «La libertad económica es un requisito esencial para la libertad política».

Rafael Pampillón Olmedo es catedrático en la Universidad CEU San Pablo y de la Universidad Villanueva.

Fuente: El Debate