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The digital euro advances to end Visa and Mastercard's hegemony in payment methods

Es una batalla soterrada que se produce fuera de los focos mediáticos, pero lo que está en juego, con el nacimiento del euro digital, va mucho más allá que un simple avance tecnológico en los medios de pago que utilizan particulares y empresas en sus operaciones financieras. Es pura geopolítica.

Lo que se ventila es el volumen de dinero público emitido a través de los bancos centrales frente al dinero que crean las entidades financieras privadas mediante sus préstamos. O lo que es lo mismo, el dinero que suministran los bancos comerciales cuando transfieren liquidez o intermedian en operaciones en las que participan los agentes económicos. La tarta monetaria es impresionante. Los bancos comerciales mantienen hoy alrededor de 3 billones de euros en cuentas de reserva en el Eurosistema, lo que representa alrededor del 20% del PIB de la eurozona.

El dinero de los bancos comerciales, de hecho, supone actualmente la mayor parte del dinero en circulación, lo que tiene indudables efectos sobre la geopolítica y la política monetaria. El riesgo para el BCE es que ante el retroceso en el uso del efectivo —que emiten los bancos centrales y que protegen las leyes al ser de curso legal— la autoridad monetaria no cuente con volumen suficiente para anclar su política de tipos de interés en busca de la estabilidad de precios, que es su único mandato. Por eso, el euro digital se presenta como una oportunidad para no perder esa posición de control del dinero en circulación. El M1 (agregado monetario más líquido) está formado por el dinero en circulación y los depósitos a la vista, y constituye una de las herramientas del BCE para manejar la política monetaria.

Para más inri, el mundo asiste a una transición global hacia un sistema monetario multipolar, en el que los sistemas de pago y las monedas se utilizan cada vez más como instrumentos de influencia geopolítica frente a las potencias monetarias extranjeras. Y Europa, en este sentido, es un mar de vulnerabilidades.

Niveles alarmantes

Esto es así porque ante la falta de soluciones de pago digitales paneuropeas atractivas, la dependencia europea de proveedores de pago extranjeros ha alcanzado "niveles alarmantes", como ha reconocido el propio BCE. Sistemas internacionales como Visa y Mastercard procesan actualmente el 65% de los pagos con tarjeta en la zona euro.

Es más. En 13 de los 20 países de la zona euro, los sistemas de tarjetas nacionales han sido sustituidos por alternativas internacionales. Además, los pagos mediante aplicaciones móviles, dominados por empresas tecnológicas no europeas (como Apple Pay, Google Pay y PayPal), ahora representan casi una décima parte de las transacciones minoristas y muestran un crecimiento anual de dos dígitos. En paralelo, las plataformas de pago han intentado integrarse con gigantes de las redes sociales como WhatsApp y Meta. X (anteriormente Twitter) está considerando ofrecer funciones de pago. Amazon, por su parte, también se está aventurando en el negocio de tarjetas de crédito y aplicaciones de pago.

En una palabra, al haberse externalizado las infraestructuras de pago y depender de tarjetas, apps o monedas estables internacionales, la dependencia del exterior de la eurozona en términos monetarios ha ido en aumento. Como ha dicho Philip R. Lane, el influyente miembro del comité ejecutivo del BCE, "estos riesgos podrían verse agravados por el creciente dominio de las empresas tecnológicas extranjeras y un posible aumento de la tenencia de monedas estables (stablecoins) en moneda extranjera". Actualmente, el 99% del mercado de monedas estables está vinculado al dólar estadounidense, y el interés europeo en estos instrumentos está aumentando rápidamente.

Las stablecoins son criptos que buscan mayor estabilidad al tener como soporte activos convencionales como el dólar, la libra esterlina o el euro. Su ascenso es imparable. Según un informe de la consultora Artemis, entre enero de 2023 y febrero de 2025 se procesaron pagos por valor de 94.200 millones de dólares en todo el mundo.

El auge del uso de las criptomonedas, de hecho, es otra señal de preocupación para los bancos centrales, temerosos de que la desintermediación financiera ponga patas arriba al sistema internacional de pagos tradicional. Es el modelo, precisamente, que está abonando la Administración Trump en EEUU: vía libre a las cripto (donde el presidente tiene intereses privados) y cancelación del proyecto del dólar digital, ya que en el objetivo estratégico de los nuevos anarcoliberales está reducir el papel de los bancos centrales.

China, por el contrario, está desarrollando el yuan digital, mientras que los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) están explorando una plataforma para conectar entre sí sus respectivas monedas digitales. El proyecto mBridge, en el que participan China, Tailandia, Hong Kong y los Emiratos Árabes Unidos, igualmente, busca crear monedas para ofrecer pagos transfronterizos eficientes.

Muchos enemigos

Hay, por lo tanto, muchas razones para el nacimiento del euro digital, un proyecto del BCE al que todavía le falta mucho por ser una realidad. Es muy probable, incluso, que no vea la luz durante esta década, como admitían la pasada semana a este periódico fuentes del propio Banco Central Europeo. Entre otras razones, porque todavía no existe un marco legal al que atenerse debido a que el proyecto cuenta con muchos adversarios dentro: a la banca no le gusta excesivamente, los conservadores alemanes son esquivos ante todo lo que huela a innovación financiera que rompa el statu quo, y, por último, hay que tener en cuenta la propia complejidad técnica que supone poner en marcha la infraestructura necesaria para lanzar el euro digital. Todo esto hace que el proceso esté lleno de incertidumbres.

La Comisión Europea, en todo caso, ya ha hecho su propuesta. Ahora tiene que adoptar su propia decisión el Consejo de la UE y, por último, será el parlamento de Estrasburgo quien legisle el llamado 'single currency package' (paquete de la moneda única). Es lo que tienen los llamados trílogos, reuniones entre las tres partes implicadas en el proceso para alcanzar un acuerdo político y un texto común que pueda ser adoptado.

No es de extrañar, por eso, que, según esas mismas fuentes, el big bang del euro está prácticamente descartado. No habrá un lanzamiento de euros digitales a partir de un día concreto, como sucedió con el euro físico el 1 de enero de 2002, sino que el euro digital tendrá que avanzar de forma progresiva y, en todo caso, tendrá que cohabitar con el uso del efectivo, que el BCE considera irrenunciable. Una vez que el paquete legislativo que acompaña al euro digital esté aprobado, el BCE necesitará alrededor de dos años y medio para empezar a distribuirlo, según los altos funcionarios del BCE.

El Reglamento que ultima la UE, en todo caso, seguirá prohibiendo la exclusión unilateral del efectivo por parte de comercios minoristas o proveedores de servicios, como anunció en el parlamento Piero Cipollone, miembro del comité ejecutivo del BCE. El uso del efectivo, sin embargo, sigue perdiendo comba y si en 2016 representaba el 79% de las transacciones, hoy ha bajado hasta el 52%. España, junto a Alemania, se sitúa entre los países que más frecuentemente utilizan el efectivo.

En sentido contrario, el uso de tarjeta ha pasado en ese mismo periodo del 19% al 39%, aunque con una gran heterogeneidad por países. Ese es el espacio que pretende ocupar ahora el euro digital. Al margen de los avances tecnológicos, la principal causa del retroceso del efectivo tiene que ver con el ocaso del modelo de banca minorista. Si en 2008 había 58 oficinas bancarias por cada 100.000 habitantes en la Unión Europea, en 2023 ya se había reducido a 30, prácticamente la mitad.

Ahora bien, el declive del cash contrasta con la reacción de algunos países europeos. Los gobiernos, ahí está el caso de Suecia, que está reculando, están desplegando normas y planes que aseguren el acceso y uso del efectivo tras diversas caídas de sistema motivadas por catástrofes naturales, y muy especialmente por ciberataques, fallos técnicos y apagones de las redes eléctricas, que han mostrado la vulnerabilidad del sistema de pagos. España, tras el apagón, es un buen ejemplo. Aun así, y debido al aumento del dinero digital, los bancos centrales han visto cómo merma su influencia en la liquidez del sistema, lo que a largo plazo puede generar inestabilidad financiera.

El propio BCE, mediante encuestas telefónicas, ha detectado que en los últimos años, y ante el auge de las incertidumbres geopolíticas, las familias están incrementando el dinero puesto a buen recaudo en sus propias casas. Según sus cálculos, sólo el 20-25% del dinero en circulación es para realizar pagos.

Lo que hoy se está barajando es que cada ciudadano europeo pueda disponer de un máximo de 3.000 euros digitales, lo que le permitiría realizar operaciones financieras transfronterizas a cualquier país del Eurosistema de bancos centrales —una especie de bizum europeo, pero con más utilidades— sin pasar por su banco de referencia e, incluso, sin necesidad de estar conectado a Internet. Está previsto, por el momento, que solo la banca pueda distribuir euros digitales. Únicamente los residentes en algún país del Eurosistema de bancos centrales podrán tener acceso a los euros digitales, aunque no se descarta que la UE pueda llegar a acuerdos con terceros países. El BCE es quien garantiza la privacidad de las operaciones.

Proyecto geopolítico

Es decir, sería el BCE el garante del buen funcionamiento de la plataforma, lo que explica las reticencias de la banca, que opera hoy, fundamentalmente, con Visa y Mastercard, ambas estadounidenses. El euro digital, de hecho, forma parte de un proyecto geopolítico más ambicioso, incluido ser el posible germen de un mercado de capitales europeo integrado.

Lo dijo recientemente Philip R. Lane, uno de los consejeros más influyentes del BCE: la opción de utilizar dinero del banco central para los pagos pretende limitar el alcance de los sistemas de pago comerciales para explotar el poder monopolístico y cobrar comisiones excesivas. Es decir, el euro digital viene a poner límites a la hegemonía de Visa y Mastercard.

Como se ha dicho, Europa no quiere depender exclusivamente de los medios de pago de EEUU. Entre otras razones, porque las divisas digitales son tan geopolíticas que hasta el propio Trump, en una orden ejecutiva, ha descartado impulsar el dólar digital y en su lugar favorecer tanto a las criptomonedas como a las stablecoins, activos que se basan en un subyacente real y no ficticio, como sucede con las primeras.

Se pretende, además, rebajar las comisiones que hoy se cobran a los establecimientos minoristas y a la banca europea, muy dependiente del duopolio en los medios de pago. En el caso de España, es un hecho tras la desaparición de 4B, Servired o Euro 6000.

Fuentes del BCE calculan que las dos grandes, Visa y Mastercard, ingresan al año unos 30.000 millones de euros en comisiones bancarias. El BCE se ha comprometido a no cobrar nada a los bancos por los ingresos que reciba para cargar el monedero electrónico que supone el lanzamiento del euro digital. Aunque no está cerrado, el BCE es consciente de que un cambio de esta trascendencia, que supone distribuir nuevos TPV (terminales de punto de venta) con un coste para los comercios, necesita excepciones, y se baraja eximir de la obligación de aceptar euros digitales a los minoristas que facturen menos de dos millones de euros al año o una plantilla inferior a 10 trabajadores.

El euro digital funcionará como una especie de monedero incorporado al balance del BCE que permitirá pagar cualquier compra sin coste alguno y con garantía de privacidad. Nadie conocerá detalles de la operación. Lógicamente, salvo que una autoridad judicial lo exija. Los 3.000 euros no están decididos, pero en todo caso la cifra final no estará muy alejada. Entre otras razones, porque el propio BCE no quiere que haya corridas bancarias. Es decir, que los depósitos de los ahorradores se trasladen de un día a otro de una entidad financiera al BCE, lo que pondría en dificultades a la banca privada. Lo que está claro, como admite el BCE en sus comunicaciones, es que la decisión de digitalizar las monedas es estratégica.

Las estimaciones de demanda potencial de euro digital que manejan los técnicos del BCE sugieren una horquilla entre 30.000 millones de euros y 512.000 millones de euros, lo que da idea de las incertidumbres que rodean al proyecto. En este último caso, en torno a un tercio del dinero público que hoy circula en la eurozona, muy lejos de los 240 billones de euros de dinero privado que se usan para pagos digitales, y también de los más de tres billones mediante tarjetas. Dos tercios de las operaciones se realizan con Visa o Mastercard, lo que muestra su posición de hegemonía de mercado.

Fuente: El Confidencial