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El fin del efectivo será el fin de la libertad

España ha dado un paso más hacia el eventual control total de los ciudadanos. Hacienda ha aprobado una nueva norma que obliga a informar previamente de cualquier retirada de efectivo igual o superior a 3.000 euros. Si no lo haces, te arriesgas a una sanción de hasta 150.000 euros. No por blanquear dinero. No por evadir impuestos. No por nada. Simplemente por sacar tu propio dinero del banco.

«Tu propio dinero» … Esa es la primera gran falacia, porque lo que esta medida deja claro es que el dinero que tienes en el banco ya no es tuyo, o no del todo. Porque si fuera realmente tuyo, no tendrías que pedir permiso para usarlo. No tendrías que justificar en qué lo vas a gastar. No tendrías que avisar al Estado para ejercer tu derecho más elemental: disponer de tus propios recursos, que te has ganado con tu esfuerzo, y por los que ya has pagado impuestos.

La excusa es siempre la misma: el blanqueo, el fraude, la seguridad. Pero el resultado también es siempre el mismo: todos tratados como sospechosos. Todos bajo el principio de culpabilidad, como si pedir 3.000 euros nos convirtiese en peligrosos delincuentes al instante.

Sin efectivo, ¿qué nos queda? Un dinero que ya no es dinero, sino un número en una pantalla. Un apunte contable que no puedes tocar, que no puedes guardar, que no puedes usar sin intermediarios. Un dinero que ni siquiera existe del todo, porque los bancos lo multiplican sin respaldo gracias al sistema de reserva fraccionaria. Un dinero que está en manos de terceros. Y no de terceros precisamente neutrales: políticos y banqueros. Dos sectores en los que tooooodos confiamos, ¿verdad? Metan ahí a los porteros de discoteca y a los que hacen llamadas de televenta y ya tenemos el cuarteto más «amado».

El dinero en efectivo es mucho más que una forma de pago. Es privacidad. Es autonomía. Es seguridad en caso de emergencia. El día del apagón, cuando dejaron de funcionar cajeros, datáfonos, móviles y redes, fue un recordatorio brutal de por qué el efectivo sigue siendo imprescindible. Para comprar comida. Para poner gasolina. Para moverte si hace falta. Pero también para protegerse en contextos de riesgo, escapar de abusos o simplemente para no dejar rastro en cada acción cotidiana.

Cuando ya no hay efectivo, todo lo que haces deja huella. Literalmente. Cada compra, cada gasto, cada euro. Dónde estabas, qué consumiste, con quién pagaste, a qué hora. Un rastro total y permanente. Y toda esa información queda almacenada, cruzada, explotada. ¿Con qué límites? ¿Con qué garantías? ¿Y qué pasa cuando el poder decide usarla? No hace falta haber visto muchas series de Netflix para pensar que es una mala, malísima idea darles a terceros tanto control sobre nuestros movimientos.

Porque sin efectivo, nos volvemos dependientes, rehenes. Sin efectivo, estamos obligados a pasar por el aro del sistema, por esos burócratas de ventanilla, ya sean del banco o del ministerio. Todo lo que tienes, todo lo que gastas, todo lo que haces, pasa por sus filtros, por sus condiciones, por sus comisiones, por su beneplácito. Y si un día deciden que no puedes sacar, o que no puedes transferir, o que tus fondos se congelan, simplemente no podrás, porque no habrá alternativa.

Esta pesadilla va a ser ya mucho más real y peligrosa cuando lleguen las monedas digitales emitidas por bancos centrales (las CBDC, por sus siglas en inglés; el euro o el dólar digitales). En ese momento, ya no hablaremos de vigilancia; hablaremos de control directo. Porque el dinero digital emitido directamente por el banco central será, por definición, programable. Y si es programable, entonces puede tener condiciones. Puede tener fecha de caducidad. Puede estar restringido a ciertos usos. Puede bloquearse según tu comportamiento. Todo estará técnicamente preparado y sólo faltará la voluntad política, esa que nunca tarda en llegar cuando hay poder de por medio.

Esto no es una exageración. Es el modelo chino, el sistema de crédito social. Allí no necesitas ser detenido para ser castigado. Basta con que te congelen la cuenta. Basta con que te limiten el transporte. Basta con que no puedas comprar un billete de tren porque esta semana dijiste algo que no tocaba. O porque contaminaste mucho. O porque no seguiste las directrices políticas. El euro digital y, antes de eso, el fin del efectivo, será la puerta de entrada definitiva del modelo chino en Europa.

Por eso, defender el efectivo es defender la libertad. No porque sea más cómodo, ni más nostálgico, ni más romántico, sino porque es lo único que queda entre nosotros y la dependencia total. Lo único que nos queda para no depender de banqueros y burócratas. Porque es la única forma de tener dinero que no pueda ser rastreado, censurado, condicionado o apagado. Porque es la última frontera frente a un sistema que ya no quiere gestionar la economía, sino dirigir tu vida.

Fuente: El Debate